lunes, 2 de febrero de 2009

Conectados y excluidos: otra paradoja del crecimiento en Chile.

En los albores del siglo XXI, los ciudadan@s de nuestro país, conviven con una condición tan extravagante como corriente. En uno de los países con peor distribución del ingreso del mundo y con más de 14 millones de celulares, sus habitantes padecen una obsesión casi compulsiva por la conectividad a las nuevas tecnologías, mientras en la integración social y económica permanecen insoportablemente estáticos.

Por integración o inclusión entendemos el conjunto de oportunidades que una sociedad brinda a sus habitantes, para construir sus proyectos de vida. Se trata de un abanico de políticas públicas e iniciativas privadas que van en la dirección de asegurar protección y otorgar una cobertura de calidad en temas centrales de la vida moderna: salud, educación, vivienda y empleo. En ello el Estado juega un rol esencial y la democracia se juega buena parte de su legitimidad política.

Cuando se trata de conexiones, parecemos un país de primer mundo. Entre los jóvenes chilenos el uso del fotolog supera por mucho a los estadounidenses y en Facebook Chile lidera a nivel mundial el incremento de los últimos meses, llegando a casi dos millones y medio de inscritos, ocupando el sexto lugar a nivel mundial. Todo ello mientras a nivel latinoamericano nuestro país lidera las conexiones de banda ancha a la red mundial de Internet por sobre Argentina y Brasil.

En el uso de la telefonía móvil Chile es líder indiscutido en América Latina, presente en todos los segmentos sociales y con usos cada vez más sofisticados, en la actualidad son más de 4 millones los mensajes de texto que se generan desde los “celulares” todos los días. Junto a la TV, el teléfono móvil se ha convertido a lo largo de pocos años en una de las tecnologías de comunicación e información más igualitarias, estando presente en 9 de cada 10 hogares de nuestro país.

Con un promedio de dos televisores por hogar y casi tres horas de visionado al día la implicación parece completa. Todas las estadísticas son generosas en mostrar la velocidad con que los chilenos y chilenas nos subimos a las nuevas tecnologías.

Pero ello contrasta, con los indicadores de exclusión social que no cambian sustantivamente en nuestro país. Con una experiencia inédita de reducción de la pobreza para países del tercer mundo, Chile todavía no logra avances sustantivos en la reducción de las desigualdades sociales. Seguimos siendo una de las naciones con escasa movilidad social y con peor distribución del ingreso en el mundo, donde el décil más rico de la población se lleva prácticamente la mitad de los ingresos (47%), mientras el décil más pobre apenas supera el 1%, ubicándose nuestro país al mismo nivel de Paraguay, Honduras y Zambia entre otros. La brecha digital presenta síntomas de la misma evidencia, pues solo un 20% de la población cuenta con conexiones a Internet en su hogar, correspondientes casi todos ellos a sectores de altos ingresos.

Cuesta comprender estas distancias, enormes brechas o verdaderos abismos. Alguien dirá que después de todo el resultado no es tan malo, porque nuestro Índice de Desarrollo Humano (IDH) es de los mejores de América Latina, solo superado por Argentina. Quizás la interrogante inevitable de plantearse es por qué este indicador de Naciones Unidas muestra un buen resultado allí donde la desigualdad campea con tantas evidencias empíricas y simbólicas. Vale preguntarse entonces, qué proceso cultural -latente o manifiesto- “rutiniza” la evidencia de tantas inequidades perpetuándose todos los días. Cuánta acidez social se afinca en los intersticios urbanos de esta democracia tan sólida y estable.

Conectados

Los chilenos y chilenas ansían estar conectados. A una hora del día, en un intenso vínculo informacional con los medios de comunicación y con la redes familiares y afectivas a través de un teléfono móvil que nos conecta en cualquier lugar; esa “tercera pantalla” (luego del televisor y el computador) que une masivamente a los individuos de la moderna sociedad de masas. El teléfono fijo que en la década de los noventa se convirtió en el vínculo esencial de los hogares, ahora ejemplifica la frágil y rápida obsolescencia de las tecnologías.

Son las multitudes inteligentes de Howard Rheingold que al pulsar un teléfono móvil logran derrotar en Manila al Presidente Estrada en el 2001 o reunir a los españoles después de los atentados de Atocha para mostrar su rechazo a la guerra y sacar del gobierno al Partido Popular, en un hecho sin precedentes. Recordemos aquí el uso del celular durante la revolución pingüina del 2006, fueron miles los mensajes de texto que atravesaban inasibles las calles y colegios donde las manifestaciones se llevaron a cabo.

Recientemente, Starmedia, un coloso de Internet a nivel global, ha destacado la intensidad de los usuarios chilenos en el uso de la web, mientras justifica por qué ha iniciado sus operaciones bajo el dominio .cl. Simultáneamente, la empresa Movistar acaba de lanzar mundialmente el nuevo teléfono móvil BlackBerry “Bold” nada menos que desde nuestro propio país. Mientras ya son 40 mil los chilenos que figuran en la lista de espera para alcanzar su ansiado Iphone 3G de Apple.

Está más que claro que en la demanda por las nuevas tecnologías de la comunicación, Chile es un referente obligado en Latinoamérica. El celular, el computador y su imbricación con Internet y otras opciones de multimedia, definitivamente están capturando para siempre la “sociabilidad” de los chilenos y chilenas en este siglo que recién comienza y a un paso del Bicentenario.

Son cientos de millones de imágenes multiplicándose en la Web, inaugurando inéditos y poderosos lenguajes locales y globales. Un erotismo adolescente exacerbado, una pizarra electrónica para acumular los nuevos graffitis virtuales, una policromía masiva y popular en las estanterías inasibles de Internet. Hoy son casi 800 millones de habitantes en el mundo que están conectados a la Red. No hay vuelta atrás, la instantaneidad y proximidad de la comunicación se han apropiado definitivamente del imaginario colectivo.

Excluidos

Pero la desigualdad no cede. Con una educación pública que muy poco hace, para integrar de manera definitiva a los sectores más postergados al desarrollo. Con diferencias abismales, entre la educación que reciben los sectores altos, con mensualidades que oscilan en torno a las 200 mil pesos y los 36 mil pesos aproximadamente que se focalizan en los sectores populares del país. Una educación de calidad que es definida por todos los especialistas como la viga maestra para derrotar la desigualdad, en Chile es el privilegio de unos pocos.

Tampoco es la única de las desigualdades. En nuestro país el poder para hacer presente los intereses de cada actor también está concentrado, pues la minoría que aglutina la riqueza, también controla buena parte de la agenda pública y la influencia política.

Ha sido la OIT la que ha relevado con preocupación los datos de sindicalización en Chile. Ello, tomando en consideración que la fuerza de las asociaciones de trabajadores tiene un impacto directo en la mejoría de las condiciones de equidad. Las experiencias comparadas demuestran que las sociedades con menores inequidades son aquellas donde hay fuertes sindicatos que influyen en las empresas y en el sistema político.

Desde mediados de la década pasada, la tasa de sindicalización en Chile sólo ha venido descendiendo llegando al 14,5% en el 2006, comenzando con un 19,2% recién iniciada la transición a la democracia en 1990. Lo mismo ha ocurrido con el porcentaje de trabajadores que negocian colectivamente. En 1990 alcanzaba al 10%, en el año 2005 este porcentaje había descendido casi a la mitad (5,4%).

Las ciudades también se convierten en un fiel reflejo de la sociedad que ella misma contiene. Una metrópolis que coloca los engranajes impecablemente sobre el tablero de la otra desigualdad, la territorial: en la zona oriente los sectores en frenética expansión, en el sur-poniente los excluidos de siempre. Con autopistas urbanas a velocidades envidiables, pero con sectores populares ubicados física y simbólicamente en la periferia de esta sociedad electrónica de las oportunidades. Ciudadanías hiper-urbanas encerradas entre tramas urbanas con pobreza, altos grados de violencia y un futuro que está muy lejos de los anhelos personales que cualquier sujeto moderno quiere para sí.

Es una manera nueva de estar juntos, como diría Jesús Martín Barbero, para referirse al caso latinoamericano. Ciudades con renovadas formas de marginación y múltiples fragmentaciones físicas y simbólicas que se unen fugazmente en las frenéticas conexiones virtuales. Comunidades constituidas de fracturas manifiestas e identidades latentes; procesos de modernización que convierten a lo urbano en la unidad de lo opuesto, en el pegamento de los centros y todas las periferias.

Conectividad en vez de integración

Pero el ciudadano digital no se detiene. Maximiza sus opciones de consumo privado para lograr conectividad, mientras permanece pendiente en su potencialidad de sujeto público de derechos. Un mercado obeso y un Estado anoréxico, para garantizar el menú de oportunidades a los ciudadan@s que quieren consolidar sus proyectos de vida. Velocidades diametralmente distintas entre los avances en la conectividad y los progresos personales y sociales logrados a través de los mecanismos tradicionales de inclusión.

Es interesante constatar estas direcciones opuestas en la constitución del moderno ciudadano del siglo XXI en nuestro país. Un acceso privilegiado a las redes de consumo de medios y tecnologías de la comunicación, y un escaso acceso a los bienes y servicios que aseguren una plena integración al desarrollo. Se trata de una libertad bastante singular, que logra avances sustantivos para obtener dinero en efectivo en las casas comerciales y en cualquier cajero automático, mientras aun no puede fortalecer su poder de negociación frente a las gerencias corporativas de las empresas globales.

Entonces vale preguntarse: ¿cuánta provisoriedad permanece en la compulsiva conectividad?, mientras la precariedad del empleo perpetúa la desigualdad en la asombrosa sociedad del riesgo (el riesgo para algunos, por supuesto). ¿Y si finalmente, el principio rector de la sociedad moderna queda en entredicho y la libertad para decidir queda atrapada en la desigualdad para sobrevivir?

Cabe en este punto, recordar las reflexiones que a mediados de la década pasada hiciera el filósofo chileno Martín Hopenhayn en su memorable libro “Ni apocalípticos ni integrados: aventuras de la modernidad en América Latina”. En sus brechas y paradojas, los excluidos resumían la precariedad en el empleo, la inseguridad en los circuitos de protección y la inseguridad en la ciudad. Los integrados en cambio, lucían espléndidos cuerpos abandonados en la obsolescencia de las identidades ligeras, una diversificación progresiva de las oportunidades de consumo y “una veloz incorporación” a los circuitos tecnológicos.

Casi una década más tarde, los excluidos nos han dejado boquiabiertos, ensayando formas inéditas para vencer las desigualdades o al menos, para paliarlas en parte. Entonces, en un mismo sujeto se superponen la exclusión y la conectividad. Interesante mutación: antes los integrados eran unos, los excluidos eran otros y aquello que era exclusivo de los hiper-integrados (otro de sus privilegios), ahora resulta un hecho corriente para los excluidos: la conectividad a las nuevas tecnologías, sobre todo a través de la telefonía celular.

Es cierto, a los más integrados con Internet en sus hogares, los más excluidos en los ciber del barrio o en el local de la avenida más cercana. Pero, con estrategias de consumo multimedial que mezclan el uso del computador en el trabajo y el acceso a la telefonía móvil o “celular”, el verdadero centro de mando de las nuevas opciones de comunicación, intercambio e información.

La imagen es perfecta: un sujeto portador de un teléfono móvil envidiable tecnológicamente, pero con una educación que no le permitirá insertarse competitivamente en la sociedad electrónica global. Finalmente, parece que los sectores más postergados del país encontraron un alivio en la intensa conexión, porque la integración social permanece impávida y detenida; definitivamente esquiva para una porción mayoritaria de compatriotas.

Al parecer, estamos en presencia de asincronías inevitables, brechas insalvables o exóticas paradojas de los procesos de modernización en nuestra América Latina. Quizás, son los efectos colaterales del capitalismo global que lo que sabe hacer bien es “crecer con desigualdad” como afirma Osvaldo Sunkel o un modo hegemónico de secularización económica que consagra la existencia de un individuo “supuestamente libre” con muchas conexiones potenciales y una escasa integración social y económica.

Y pese a los esfuerzos estatales, las políticas públicas más bien imitan las brechas. Ambiciosas metas se han lanzado para el 2010; para su bicentenario Chile ha comprometido la existencia de un millón y medio de conexiones de banda ancha a Internet en los hogares y la implementación de más de mil kilómetros de fibra óptica en todas las regiones del país. Ello, mientras son tímidos los avances logrados en materia de calidad en la educación y fortalecimiento de las asociaciones de trabajadores. Velocidades que al fin y al cabo pueden perpetuar las brechas entre la conectividad y la integración.

Es cierto, permanecemos conectados, pero para perpetuar la normalidad de la exclusión. Se multiplican las opciones multimediales, para seguir restringiendo la movilidad social de los sectores más postergados. En cierto modo y de una forma más latente que manifiesta, el consumo de las nuevas tecnologías está operando como un consuelo simbólico de la indiscutible desigualdad en el acceso a las oportunidades.

En efecto, muchas ofertas para conectarse, pero muy pocas opciones para insertarse social y económicamente a la sociedad. Muchos celulares de última generación, a cambio de escuelas públicas que no educan con calidad. Frenéticas velocidades de navegación en la Red, sobre la más estática desigualdad. A ratos, pareciera que ya no hay nada más que hacer y que definitivamente, la conectividad terminará reemplazando a la integración.

El desafío pendiente

Las velocidades son intensas y no hay tiempo que perder, las nuevas estrategias ciudadan@s para conseguir conectividad, debe alentarnos para avanzar más decididamente en la integración. Es urgente reducir las brechas entre las opciones multimediales y la inclusión social de los marginados del desarrollo. Atrevernos a homologar las velocidades con que la población está progresando todos los días en las distintas dimensiones de la vida moderna. Unir los esfuerzos privados de conexión electrónica con las plataformas públicas que aseguren una oportuna inclusión al progreso social y económico.

Emanciparnos de las condiciones globales del capitalismo tardío, que intenta reproducir las desigualdades que ya conocemos, y que los modernos ciudadan@s multimediales del siglo XXI están decididos a vencer. Esta obsesión por la conectividad, debemos convertirla en un renovado impulso para enfrentar los desafíos pendientes en materia de inclusión e igualdad social.

Bibliografía Utilizada:

Hopenhayn, Martín. Ni apocalípticos ni integrados, aventuras de la modernidad en América Latina. Editorial Fondo de Cultura Económica. Chile, 1994.
Martín-Barbero, Jesús. Oficio de cartógrafo, travesías latinoamericanas de la comunicación en la cultura. Editorial Fondo de Cultura Económica. Chile, 2002.
Rheingold, Howard. Multitudes Inteligentes, la próxima revolución social. Editorial Gedisa. Barcelona, España, 2004.
Huneeus, Carlos. Ideas y Debates. La Tercera, 13 de abril de 2008.
Sunkel, Osvaldo. Crecimiento con desigualdad. El Mercurio, 3 de septiembre de 2007.
Emol. Portal de Internet Starmedia inicia operaciones en Chile. En http://www.emol.com/noticias/tecnologia/detalle/detallenoticias.asp?idnoticia=312526
La Tercera. Un incremento de más de 2000% han tenido las inscripciones en Facebook. En http://www.latercera.cl/contenido/27_34821_9.shtml
Bello, Pablo. La conectividad digital es básica. En http://www.fayerwayer.com/2008/05/pablo-bello-la-conectividad-digital-es-basica/
Flores, Fernando. Chile lidera conexiones de banda ancha en América Latina. En http://fernandoflores.cl/node/1757Soto Aguilar, Nicole. Fotologs: revolución por compartir, enchular fotos y postiar. Versión en cache de http://www.notimural.cl/eduardodelabarra/vernoticia.php?id=133

1 comentario:

  1. Hola Alejandro. He leído tu artículo y me ha gustado mucho, pues comulgo con todo o casi todo lo dicho en él. Un comentario humilde. Creo que las tecnologías nos pueden ayudar a superar problemas ecológicos y sociales, pero las tecnologías (tadavía) no hacen revoluciones, las revoluciones son cosa de los seres humanos. Hoy vemos que esas mismas tecnologías que podrían ayudarnos a superar problemas sociales son, en cuanto a su procesos de producción, responsables de esos problemas sociales. El caso de Chile es muy claro a ese respecto. Mientras no seamos capaces de producir parte de esa tecnología que consumimos, el proceso de disminución de las brechas se hace mucho más difícil, pues esos procesos de alta aplicación de intligencia son los que ayudan a la disminución de la concentración, por lo menos en presencia de procesos de disminución de pobreza (cuando la pobreza aumenta, muchas veces también disminuye los problemas de distribución).
    Bueno un saludo y ojalá sigamos conversando.

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